jueves, 6 de mayo de 2010

El zoo de Humberto Estrada


“Hay destinos humanos ligados con un lugar o un paisaje”. La cita de Luis Cernuda puede servir de presentación a los grabados de Humberto Estrada (México, D.F, 1972). Sus estampas están llenas de jaguares recién capturados, guacamayas ensimismadas, peces saltarines y perros melancólicos: el entorno natural que lo acogió y vio nacer como artista hace más de una década en Tabasco.

La gráfica local hasta ese momento se condensaba en un solo nombre: Férido Castillo (1942-2002). El joven Estrada ya no pudo recibir las lecciones del maestro, pues entró al taller donde éste daba clases en la UJAT pocos días después de su fallecimiento. No obstante, por medio de exposiciones posteriores y a través de quienes sí lo trataron, aceptó su influjo. De los artistas de su generación que han incursionado en el grabado -Ingrid Sáenz, Margarita Ahuatzin y Fernanda Reyna-, Estrada es quien más se parece a Férido porque los hermana la naturaleza. Entre los paisajes desplegados de Férido y la figura femenina de Máximo Sol, se interpone el detalle de ese paisaje en Estrada. Humberto nunca ha negado la influencia de Férido en su trabajo. “Sus grabados son escuela para todo el que quiera adentrarse en esta materia”, admite a quien se lo pregunta.

Sus ojos no se dilatan sino que se concentran: se centran en el rasgo, como si se asomaran a ese marco en “La ventana” para develar lo estrictamente necesario. Así lo prueban también sus grabados dedicados a los personajes que habitan en el imaginario colectivo del tabasqueño, donde resalta el ceño singular, la huella imborrable, el gesto inconfundible. Su Chico Ché, su Tomás Garrido, su José María Pino Suárez o su Carlos Pellicer se adivinan desde lejos, sin necesidad de los títulos como una lotería ya vista de antemano, pero a la que siempre hay que cantar como si fuera el primer juego.

En estos nombres de personajes controvertidos se revela también la vena que distingue su trabajo, el grabado como una toma de posición que exalta lo mexicano como sinónimos, primero de resistencia, después de autenticidad. Aún cuando algunas veces sus placas irrumpen en otras atmósferas (como en “New York” o “Arlequín de carnaval”) hay en los contornos de la tinta el sello inconfundible de un mexicano que aspira a ser artista universal (“La muerte nunca descansa”, “El secreto”, “Habitante en el Bajío”).

Las series hechas a partir de ciertos animales como la dedicada al cocodrilo (“El cocodrilo en la laguna de las ilusiones tristes”, “El gran cocodrilo”, “El cocodrilo sonriente”, “Papillón”, “El cocodrilo del Grijalva” y “El cocodrilo bajo el agua”) sirven para estilizar su dibujo y, al mismo tiempo, captar los pormenores y estados de ánimo de su zoo particular.

Como habitante del sureste, el pasado gráfico mesoamericano labrado en piedra lo ha seducido y sus placas en “Glifos mayas” lo testimonian: no sólo recrean la expresión de aquellos signos, sino también algo que no conocieron los prehispánicos, la experiencia estética pura que Octavio Paz reivindica para el arte contemporáneo de Occidente.

Menos conocidos son los grabados de Humberto con toque de denuncia social, que sin vacilar ocupan una parte importante en su portafolio. Cuando los animales adquieren características antropomorfas lo hacen para señalar los defectos humanos. Su estilo a veces abandona el naturalismo para abordar los símbolos de las luchas revolucionarias (“Dogma de la liberación”, “La frontera y la malla”, “1917”) en imágenes que rayan en una mudez abstracta, que por más simplificada más resonante y efectiva.

No en vano el primer grabado que sus ojos miraron no se dio en los santuarios oficiales del arte, esas galerías pontificiales, sino en la bandera rojinegra del Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN): la silueta entintada de otro personaje que vuela en el imaginario colectivo mexicano, el “Tata” Lázaro Cárdenas.

Mesurado, quien defendiera junto con otros pintores la existencia del Colegio de Artes de Tabasco hasta las puertas del Congreso local (cerrado desde hace dos años por los funcionarios actuales del Instituto Estatal de Cultura de Tabasco), evalúa en los comienzos del siglo nuevo, viejas actitudes: “el grabado combativo es para mí muy difícil de exponer, las galerías todavía están muy controladas o cerradas a los temas de protesta y conciencia social”.


La exposición "Luz y sombras" de Humberto Estrada se puede ver a partir de hoy en la Casa Museo Carlos Pellicer Cámara

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