miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pensar el Festival Ceiba




Uno dice Cervantino y piensa en Guanajuato.
Uno dice libro y piensa en la FIL de Guadalajara o Minería.
Uno dice festival de cine y piensa en Morelia.
¿Qué piensan ustedes cuando se dice Festival Cultural Ceiba?

Hago una aclaración: no estoy en contra de que se cancele un festival. Es mejor que exista, a que no lo haya. ¿Por qué? Estos eventos son importantes porque cultivan un público y alcanzan a gente que de otro modo no podría tener una experiencia artística, además, claro, de entretener.  


Lo que sostengo es que el Ceiba debe revisarse a fondo, porque carece de un concepto y su sucesión de eventos (este año serán más de 90, con 19 países invitados) lo hacen monstruoso, es decir, inabarcable para el espectador, e innecesariamente grandilocuente en un estado donde hay carencias abrumadoras -no sólo económicas o sociales, sino de acceso a la diversión, que es un derecho humano para todos.


¿Habrá alguien que se haya chutado todos el programa? Conozco gente que vive bien y nunca ha ido a uno de los eventos. Y tengo uno o dos conocidos (periodistas) que, en las cinco versiones anteriores, han ido apenas a uno o dos eventos. No se vayan con la finta de que se han sentado en la butaca del Esperanza Iris a ver una obra de teatro. Si han ido es para disfrutar de un concierto de Alex Sintek. Sospecho que no son casos excepcionales.


En 15 día, en esta sexta versión, se gastarán 40 millones de pesos. Suponiendo que toda la población de Villahermosa, que según datos del INEGI en 2005, era de unos 558, 524 habitantes, asistiera a uno de dichos eventos, el costo por habitante de disfrutar de un evento del Ceiba sería de 71 pesos. No está mal si se trata de ir a ver a Sintek.


Lo cierto es que el Ceiba llega a su sexta versión sin salir de Villahermosa, sin haber adquirido presencia e identidad entre los festivales nacionales, por no decir a nivel regional o fuera del municipio de Centro.


¿No sería éste un buen escaparate para los artesanos, los escritores, los pintores, los teatreros, los músicos, los danzantes locales? 


¡Ah, pero padecemos como todos los estados, de "festivalitis"! Así tenemos un Encuentro Iberoamericano de Escritores, para los escritores, un Festival Nacional de Danza Folklórica para los danzantes, un Festival Internacional de Marimbistas para los marimbistas, un Festival Internacional de Danza, para los bailarines internacionales. Un estado que ama las artes, pues. 

Hay un festival que a mi juicio debe ampliarse y extenderse en todos los sentidos, el dedicado al chocolate. 

A diferencia de que el Ceiba se hace con eventos de aqui y allá de otros festivales nacionales (para ahorrar dinero, alguna vez dijo su directora, la maestra Norma Cárdenas Zurita), el Festival del Chocolate nació hace tres años, en 2010, con el impulso inicial de sectores sociales (empresarios cacaoteros, hoteleros, artistas, turismo).

Para ello diseñaron una sustento teórico que dio identidad al evento, para nada improvisado, pues el cacao tiene una influencia de miles de años en el desarrollo económico, social y cultural de los pueblos Mesoamericanos asentados en esta región; los olmecas, los mayas, los chontales, los zoques, los choles, los tzetzales, entre muchos.  


Al involucrarse a los actores sociales, se ha dado viabilidad y sustentabilidad al evento, que no es ni caro ni grandilocuente. 


Quizá el problema de todo nace de los organizadores. Cuándo no entienden cuál es la diferencia entre un festival y una feria, acaban confundiendo todo (crear público, promover el arte e incentivar el desarrollo económico local).

Los dos eventos divierten (una feria y un festival), pero estos últimos refuerzan la identidad y el sentido de comunidad, algo que quienes organizan no conocen porque ven el arte como un adorno, un lujo para conocedores, un motivo para pasearse en otro sitio que no sea Altabrisa.