martes, 5 de julio de 2011

Eludir el ardid verbal: Ernesto Lumbreras


A 25 años de dedicarse a la poesía, Ernesto Lumbreras sigue mirando de soslayo a las palabras.
Entrevistado con motivo de la publicación de “Caballos en praderas magentas” (Aldus, 2008), volumen que reúne sus hasta ahora cinco libros de poesía, el de Ahualulco de Mercado, Jalisco, admite sin pudor la "brevedad" de su obra lírica.
“Al lado de Francisco Magaña, María Baranda y Jorge Fernández Granados, compañeros de mi generación, he escrito poco; ellos han sido más prolíficos, tienen más constancia poética y son más fértiles”.
A quien fuera el secretario, editor y por supuesto amigo de Elías Nandino, lo ha guiado un escepticismo a prueba de revistas.
“Mi trabajo como crítico literario, pero sobre todo mi escepticismo por la escritura, me ha orillado a escribir y publicar poquitos libros”.
No obstante, bajo el precepto de que “la poesía no es producción”, las aproximadamente 200 páginas publicadas a lo largo de un cuarto de siglo, han sido encaradas todas desde lo que el Premio Nacional de Poesía 1992 llama "una zona de misterio, de tierra ignota, del no saber".
“En mi caso, hay la necesidad de que una vez escrito y publicado un libro, trato de romper en lo posible con el molde, de dejar atrás mañas aprendidas para propiciar nuevos retos; yo necesito siempre de esa tensión, de esa orfandad, de esa contradicción, de la paradoja para no caer de pronto en el ardid verbal”.
Precisamente, tras Caballos en praderas magenta, Lumbreras encaró la escritura con una narración fantástica-histórica en La ciudad imantada: vida de Milton Vidrio (Ficticia, 2007), que cuenta las aventuras de un grupo de lumbreras -Arreola, Rulfo, Alí, Martínez- que coincidieron en una ciudad -Guadalajara-, en un tiempo determinado -el primer medio siglo del XX-, determinado a fundar una revista imposible.

DUELO VERBAL
El esceptismo poético de Ernesto lo empujó a rescatar unos cuantos poemas de juventud para ser incluidos en la recopilación. De paso, ironizó con la imagen más representativa de la cultura popular mexicana: el charro mexicano, cuya sombra alcanza también a cubrir la figura paterna.
“Aunque el poema (‘Espuela para demorar el viaje’) en sí es una sátira a uno de los lugares comunes de la identidad nacional, esa figura del charro mexicano tiene ese elemento de alegoría, en el mejor de los sentidos, para hacer, sí, una suerte de exorcismo de mi pasado: de mi relación con un padre que encaja en ciertos clichés del mujeriego, del ausente, del que tenía un hijo en un pueblo y otro en otro, con distintas mujeres, por ahí sí hay en la ironía un exorcismo de la figura paterna”.
Sobre el reto de incluir solo algunos poemas de juventud en la recopilación, el autor expresa su simpatía con aquel primerizo.
“Cuando uno empieza a escribir versos, pesa tanto lo que estás leyendo que hay un momento que se confunden vida y literatura. Leído a destiempo, creo que esos poemas son más producto de una experiencia literaria que de una experiencia de vida. No obstante, también, la vida desde la literatura no es más ni menos que la vida que se vive”.
“Caballos en praderas magentas” incluye décimas y endecasílabos, así como también imágenes órficas, que refractan la realidad.
“Es un decir metafórico pero con una mirada lateral, a contra luz, donde ya la transparencia de esas imágenes que se ven en mis primeros poemas, no existe”.

Esta entrevista apareció publicada el 8 de enero de 2008, en la sección cultural expresión, del diario Tabasco HOY.

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