La salida de los cauces del río Samaria, Grijalva y Usumacinta inundando cientos de poblaciones, entre ella la de mayor concentración, Villahermosa, trajo consigo un impacto psicológico que ni siquiera la vuelta a la normalidad ha podido subsanar.
La desconfianza frente a la naturaleza y frente a las instituciones oficiales sigue siendo la actitud dominante de miles de tabasqueños.
Frente al miedo o al olvido intencionados, dos pintores en Tabasco han abordado en sus cuadros la tragedia vivida entre octubre y noviembre de 2007. En ambos casos, el resultado ha sido testimoniar a través del lenguaje plástico la traumática experiencia.
El arte como una cura, como una sanación de la psique individual y colectiva.
Rogelio Urrusti lo recrea en un tono colectivo, trazando con acuarela la epopeya comunitaria que sigue a la catástrofe.
Javier Pineda, más reflexivo, se ocupa de los desbordamientos sólo que hacia adentro, desde la psique individual, hacia los mecanismos internos que se levantan para hacer frente a la adversidad.
Por esos sus hombres y mujeres desnudos contemplan el cause a lo lejos, pero igual de desprotegidos, frágiles ante lo desproporcionado.
A través del dibujo realista, el pintor originario de Macuspana, contrapone lo bello, siempre en armonía, con lo horrendo, que es amorfo, en una parábola visual: el equilibrio de los cuerpos entre cayucos y costaleras, acaba por perderse.
La vertical es la línea donde reposan las certezas.
No es esta una preocupación casual en Javier. El deterioro que han sufrido las provincias de Tabasco a raíz de la exploración petrolera y el crecimiento de las urbes contra el abandono del campo, le viene de muy lejos: él ha visto cómo su primer mundo ha sido arrasado por esa modernidad falsa.
Muchos de sus óleos recogen esa amenaza que se cierne con colores pastel contra el primer paraíso lleno de dicha y animales.
Pineda es un pintor de la selva, pero no a la manera de los muchos acuarelistas que hay en la entidad, que sólo son paisajistas reproduciendo los atardeceres del campo, los manglares donde por cierto abundan los jaguares, aunque estos literalmente se han retirado.
Con Pineda, la selva de Tabasco, es su selva, llena de animales dichosos, de lagartos que cuelgan de ramas, de garzas que bostezan, de monos que juegan con frutos maduros- nada que ver con las gaviotas disecadas de una docena de paisajistas locales, imitadores del gran acuarelista, Miguel Angel Gómez Ventura.
No obstante, en “Lo peor está por venir”, la alegría de ese Edén cede al gris tirando a negro del futuro. La expresión, por cierto, es la que usó el gobernador Andrés Granier en aquellos días para advertir a los villahermosinos lo que se anunciaba.
Por eso Javier prefiere ahora como dice uno de los títulos de sus pendones de técnicas mixtas “Cerrar los ojos para no ver” la extinción de los animales míticos, del negro que ya no sólo domina los cielos sino también los mares y ríos.
El cuadro “Lluvia ácida” me parece que es la esencia de lo que espera este pintor con una formación académica completa. No es para nada académico, aclaro. Parece más una pintura proveniente de Africa, de ese continente donde dice que empezó todo, la historia humana.
En primer plano aparece lo que puede ser un niño con las cuencas vacías, sin extremidades. ¿Se trata de lo que le espera a los hijos de esta generación cuyo dios fue el progreso? ¿O es el tótem o penate abandonado al final por una familia antigua, tan vieja como el primer hombre, un dios que no sirvió para encontrar más esperanzas?
Del cielo azul no cae más la lluvia ni frutos maduros. Cae la lluvia negra, la lluvia ácida, el agua maldita del progreso. Y sobre su cuerpo, plumas en picada. Plumas que ya no vuelan. Plumas de garzas y gaviotas que ya no están en la tela. Plumas de la muerte. De un ángel desplumado. Y lo peor está por venir... pero ya está aqui y apenas lo vislumbramos como una larga pesadilla.
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