Padece de una soledad que no se cura con compañía.
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El mundo a veces se sostiene en unas rodillas, un regazo. Y poco importa la hora cómplice, la gente que la lluvia desdibuja.
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Desearía que fuera feliz, pero sin mí es casi imposible asegurarse que lo consiga.
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El Síndrome de Estocolmo no falla.
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La suerte se regala en una virgen. El péndulo dirá inexorablemente sí o no. ¡No temas! Siempre se mece un columpio sostenido en nada y hay una flecha a punto de dar en el centro.
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Si no lo explico, se entiende mejor.
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Es de las novelas que deben leerse antes de morir pero la verdad no tengo prisa por hojearla.
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Se aferra a la medicina y las novelas como el hombre del siglo XIX a la técnica y las ciencias naturales, no obstante que en el fondo no es distinto del hombre de hace trescientos o quinientos años que se obstinaba con el rosario y las hagiografías.
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Es de las que creen fervorosamente que la humanidad se va a componer a punta de reglazos.
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Nunca comprendió como es que ella no creía en Diosito si lo tenía a él.
Agradezco a mi cuate, el pintor Javier Pineda permitirme acompañar estos textos con su dibujo.
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