A 100 años del nacimiento de la escritora tabasqueña Josefina Vicens (1911-1988), surgen nuevos hallazgos sobre su legado, como un diario de viajes hasta ahora inédito.
El descubrimiento de estos apuntes personales es oro puro para los estudiosos de las letras mexicanas y los miles de lectores de la tabasqueña. ¿Por qué? Porque provienen de una autora que escribió sus dos grandes novelas, El libro vacío (1958) y Los años falsos (1982), a cuentas gotas.
La narradora Aline Peterson, sobrina política de “La peque”-apodo con que sus amigos del grupo literario Contemporáneos aludían a su baja estatura- recuerda que su tía siempre se sintió “ajena a la palabra barroca, una parquedad que tampoco le impidió admirar a Virginia Woolf y Marcel Proust, de prosas tan farragosas”.
No es una declaración sin fundamento: entre las dos novelas de su tía política media un periodo de casi un cuarto de siglo.
“En los últimos años de su vida, precisó de una persona que le leyera a causa de una ceguera progresiva. Aunque nunca hablaba de su trabajo literario, jamás soslayó su amoroso cuidado por las palabras hasta el grado de publicar más que dos novelas. Era muy rigurosa con sus lecturas narrativas y de dramaturgia, lo mismo que para comentarlas”.
La fascinación de Vicens por la literatura francesa, aunque ella misma no hablara francés, arroja luz sobre la brevedad de su prosa.
“Al morir le estaban leyendo a una pensadora de la Segunda Guerra Mundial, Simon Weil... En fin que había un interés muy amplio por los escritores franceses, completamente por Simon de Beauvoir y Jean Paul Sastré, escritores que no se quedaban nada más en la superficie de las cosas”.
Freija Cervantes, editora de la Universidad Autónoma Metropolitana, evoca la prueba más contundente de la obsesión de “La peque” por la economía de las palabras.
"El libro vacío apareció dentro de un vasto catálogo no sólo de lo mejor de la literatura mexicana, sino universal. Pero la tarea fue ardua: el editor don Rafael Jiménez Siles se negó a seguirle imprimiendo más pruebas de corrección, ella se las arregló para convencer al encargado de galeras y llevarle cada mañana a la imprenta las observaciones y recoger las nuevas planas. Finalmente aquel anciano también se desesperó y dio un sabio consejo a la impaciente narradora: Me gusta su libro, pero ya no lo corrija más, se le va a secar".
El especialista en cine, Daniel González Dueñas, quien fue invitado a participar en el coloquio internacional que en noviembre pasado organizaron la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Autónoma Metropolitana y el Claustro de Sor Juana, matiza la alabada parquedad literaria de Vicens, comparada incluso por muchos críticos con la de quien fuera su amigo, Juan Rulfo -otro maestro de la brevedad.
“Vicens trabajó como Oficial Mayor del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC), donde de inmediato se hizo amiga de directores, escritores, guionistas y actores de cine, no le costó mucho trabajo porque era una persona entrañable que se hacía querer fácilmente; luego, viendo y escuchando, aprendió a escribir guiones, a construir personajes, que es otra manera de volver a contar historias”.
La nacida en San Juan Bautista a principios del siglo pasado aprendió tan bien que llegó a ser maestra de guionismo en el Centro de Capacitación Cinematográfica y presidió la comisión que entrega los premios Arieles.
González Dueñas, coautor de un libro dedicado a la novelista tabasqueña, recuerda que “La peque” le confesó su propensión innata a imaginar historias a partir de las lápidas de los cementerios, por eso desde chica se volvió una flanneur de los camposantos.
“Su capacidad de escuchar no sólo la hacía ganar oyentes, toda ese contacto humano que la rodeaba se volvió sinónimo de narrar y describir”.
A pesar de los 20 guiones que se filmaron, de los cuales Las señoritas Vivanco y Los perros de Dios fueron éxitos en taquilla, Vicens distinguió “entre el trabajo por encargo de guiones que le daban para comer, de su escritura personal, lo que no quiere decir que no fuera altamente profesional en su elaboración: eran buenísimos, tenían una escritura dramática perfecta porque ella poseía una gran intuición para las estructuras, incluso se sentía satisfecha de esos trabajos”.
La teoría de Dueñas es que el guión de Los perros de Dios, originalmente llamado Ayudando a Dios, habría podido ser su tercera novela.
“Es tan personal, tan íntimo para ella, fue el que más le gustó de todos los que escribió -se calcula que creó alrededor de 60 manuscritos-. Vicens reconocía ese guión como una obra propia, a pesar de que no estuvo conforme con la dirección de Francisco Del Villar”.
La cinta fue protagonizada por Helena Rojo, Meche Carreño, Gloria Marín y Tito Junco. A diferencia de los personajes femeninos de sus novelas que apenas son sombras de sí mismos, en sus cintas las mujeres ocupan el lugar central: son rebeldes, transgresoras, pícaras y dicharacheras.
Su agudeza para los diálogos sabrosos e incisivos dibujaron una comedia de caracteres costumbristas que rayaba en un humor negro desternillante. No fue la única escritora interesada en el cinematógrafo como fuente de creación: Alfonso Reyes, Juan de la Cabada, José Revueltas, se sintieron también atraídos por este nuevo lenguaje.
¿Con qué figura de mujer se sentía más cercana La peque: con las transgresoras de sus guiones o con las sumisas de sus novelas?
Para su época, vestir con pantalones de hombre, tocando guitarra o fumando puros, no era lo que se esperaba de un señorita. Además, ella siempre andaba acompañada de amigos tan versátiles como el cineasta Luis Buñuel, la deslumbrante actriz Raquel Olmedo, el pintor Juan Soriano, los poetas Octavio Paz y Xavier Villaurrutia o las escritoras Elena Garro y Rosario Castellanos.
La cinta de Las señoritas Vivanco retrata perfectamente esa sociedad conservadora que guarda las apariencias mientras palpita en su fondo un río de historias soterradas, a veces contrarias a la moral dominante. Con argumento de Elena Garro y Juan de la Cabada, Vicens construye diálogos magistrales donde el equívoco cumple su función clásica de decir verdades secretas u ocultas.
Don Esteban, el viejo que esconde el motivo de su soltería, se apoya en una mentira que urden Hortensia y Teresa, para justificar el préstamo salvador que les hace. Les dice que ha visto al sobrino siempre ausente (por inventado) de las Vivanco, Ernestito, en el Gamberros, ¡un sitio donde se bebe trago!, en Ciudad de México.
“-Pero ni lo conoce, ¿cómo fue que lo encontró?”
“-Yo tengo mis mañas”
Lo que viene es un juego de espejos donde la verdad sale a flote, y las apariencias se desvanecen:
"-Y ¿dónde lo vio?
"-En el Gamberros, con unos tipos.
"-¿Y allí fue... dónde? ¿En pleno restaurante?
"-No, no, después me llevó a su casa, me invitó a una copa...
"-Ajá, entiendo, de allí era la cristalería, ¿no?
"-No, no, esa es de otra parte.
"-Anda, pues no perdió el tiempo. ¿No se puso nervioso a la hora de la hora?
"-No, Teresita, eso se hace con aplomo o no se hace.
"-¡Claro! Es la única forma. ¿Y usted piensa ir a México con frecuencia?
"-Pues ya ven ustedes que uo no voy muy seguido, sólo cuando es necesario.
"-Pues nosotras igual, jajaja..."
A las hermanas Vivanco como a Don Esteban los subterfugios les sirven para escapar de los suyos, asumir sus propias identidades sin confrontar ni romper con la tradición que impone el orden preestablecido: la familia o la clase social.
Josefina era un poco así. Peterson, que la trató en los últimos años, dice que su voz era grave, pero muy pocas ocasiones emotiva. “A veces no era discreta sino iracunda”.
Esta manera de ser explica su distanciamiento familiar con sus parientes tabasqueños. “La peque sostuvo una relación distante con sus parientes de Tabasco, porque provenía de una familia conservadora y ella tenías otros intereses en la vida”.
En Ciudad de México se mantuvo ocupada en sus clases de guionismo, sus crónicas de toros, sus intervenciones a favor de los campesinos en las oficinas de la Reforma Agraria, donde trabajaba, en el sindicato cinematográfico. “No estaba dispuesta a prescindir de nada porque no era una persona que se arrendara por las dificultades”, agrega Peterson.
Por eso trató con políticos, con artistas, con campesinos, con toreros, con todo escritor que tuvo éxito en esa época, incluso con noveles autores posteriores a su generación.
Con todas esas agotadoras jornadas, la revelación de unos cuadernos de viaje de "La Peque" resulta todo un acontecimiento literario.
“Son partes de un diario personal de viaje que ella escribió todas las noches para una persona a la que quería compartir sus vivencias, sus sensaciones y sus pensamientos”, explica Bucki Pérez Rubio, hija de don Luis Pérez Rubio, a quien Vicens dedicó esas páginas.
Se trata de un clásico diario de viajes de los que se vendían en las tiendas de los aeropuertos, cerrado y con una llave para salvaguardar el contenido de las hojas que se iban llenando. “A su regreso, Josefina lo entregó directamente a mi padre, a quien veía como un gran hermano”.
La relación de La peque con don Luis Pérez Rubio se debía “al cariño entrañable" que ella tenía con las hermanas de éste.
Vicens se había casado a temprana edad con José Ferrer, pero el matrimonio habría durado muy poco. “No se divorciaron nunca porque mi tío, don José, siempre llegaba tarde a la oficina del Registro Civil u olvidaba la fecha de la cita”, detalla Aline quien firma el prólogo de la nueva reedición de las dos novelas publicadas por el Fondo de Cultura Económica con una bella tapa del pintor José Luis Cuevas.
Las observaciones de Vicens a su paso por las ciudades europeas que visitó son las que corresponden a una narradora de palabras precisas y certeras. Como todo viaje, también posibilitó un recorrido hacia la nuez interior de sí misma.
“Además de vagabunda, soy una sentimental entrañable”, admite en el puñado de hojas que escribió, fragmentarias, con comentarios puntuales de las ciudades que visitó: toda Normandía bajando hasta Carcason, luego a Roma, Florencia y Venecia para culminar en la península Griega, en Delfos y Rodas, antes de regresar a París.
Otro paisano suyo -Jose Carlos Becerra Ramos- emprendería un viaje semejante, pero sin llegar a su destino final, las costas del Mar Egeo.
Pese a que muy probablemente Vicens redactó esas impresiones “muy frescas, en cada noche mientras viajaba”, como supone Bucki Pérez Rubio, la libreta de tapas gruesas no se llenó.
Ahora la posibilidad de un edición para estas notas está en la mesa. “Es algo familiar y tendríamos que ver si realmente se comparte todo. Que no tuviera nada personal sino simplemente sus impresiones de viaje. El interés público radica en que se muestra cómo ella veía y disfrutaba los viajes”, dice la actual propietaria del diario.
Por su parte, Samuel Gordon, organizador del coloquio internacional a la tabasqueña, que logró juntar no sólo a académicos e investigadores literarios, sino a los traductores de "La peque" al inglés e italiano, se muestra complacido con los resultados.
“Uno viene a estos eventos para desenterrar tesoros, como decía Alfonso Reyes, entre todos lo sabemos todo, por eso la importancia de reunirse. Y vamos a publicar los libros del Coloquio, varios discos con sus películas para que vayan al final de ese libro y este breve diario para empezar a ver a Vicens de otra manera”, vaticina.
Foto: Aline Peterson lee su ponencia en el auditorio del Instituto de Investigaciones Estéticas, de la Universidad Nacional Autónoma de México, durante el coloquio dedicado a la escritora Josefina Vicens, en noviembre pasado. La acompaña el maestro Samuel Gordon, organizador del encuentro internacional.