Alrededor
del delito hay todo un sistema depredador que lucra (i)legalmente con
los parientes del delincuente y sus víctimas. Jueces, abogados,
ministerios públicos, policías, médicos, psicólogos, carceleros,
oficinistas, secretarias, todos hacen leña del árbol caído y retorcido.
Los
gastos en los procesos judiciales pulverizan en un tris los escasos
bienes acumulados durante años por las familias. Todo se lo devoran
los profesionales que viven del delito -aves carroñeras de estripe despreciable-, mientras que la víctima es
victimizada otra vez porque ni siquiera es tomada en cuenta a la hora
de resarcir el daño que le fue causado.
Un
sistema jurídico de esta clase crea gran resentimiento y desconfianza,
tanto para los parientes del delincuente como para las víctimas del
delito.
Atrapados en un laberinto sin salida, tanto el delincuente como la víctima acaban siendo acorralados y chupados por ese monstruo mitad bestia, mitad hombre, representado en jueces que no hacen justicia, en abogados leguleyos que enredan y tuercen los códigos civiles y penales, en los policías con placa para extorsionar en ese apando asfixiante y en el hampa criminal que aun dentro de muros controla las cárceles, los guardias penitenciarios, los directivos cancerveros y sus compiches socios jueces y gobernantes.
Atrapados en un laberinto sin salida, tanto el delincuente como la víctima acaban siendo acorralados y chupados por ese monstruo mitad bestia, mitad hombre, representado en jueces que no hacen justicia, en abogados leguleyos que enredan y tuercen los códigos civiles y penales, en los policías con placa para extorsionar en ese apando asfixiante y en el hampa criminal que aun dentro de muros controla las cárceles, los guardias penitenciarios, los directivos cancerveros y sus compiches socios jueces y gobernantes.
El
reconocido criminólogo argentino Elías Neuman, en un seminario que
dio hace años en el Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), señalaba que quienes son culpables de delitos mayores alguna vez
pisaron las cárceles como primodelincuentes.
¿Qué
habría pasado con ellos si en vez de hacerles perder su identidad y
el resto de dignidad que les quedaba la hubieran recobrado a través
de programas con un auténtico sentido de reinserción social?
Pero
todavía hoy los delincuentes pueden decir, como en los tiempos del
poeta malevo Francois Villon -que conoció tan bien la cárcel, la
avaricia de los jueces y los códigos de honor de ladrones, asesinos
y condenados-:
“Al
volver de dura prisión
donde
casi dejo la vida
aun
la suerte en su sinrazón
se
ensaña en mí, me odia y no olvida”.
Precisamente,
el sistema carcelario que se ensaña, odia y no olvida es la prueba
fehaciente de esas políticas represivas y no preventivas del Estado
frente a la violencia en la entidad.
La
falta de visión e incapacidad de políticos, legisladores y jueces,
revela su sentido corto, conservador y vengativo.
Cualquiera
en sus cinco sentidos debería comprender que los blindajes
policiales y militares no resuelven los problemas sociales, sólo los
agravan porque a la desesperanza de un futuro incierto, se añade la
coacción, la intimidación, el miedo y la inseguridad.
La frase del poeta y peregrino Lanza del Vasto retumba certera y actual: "La violencia como respuesta a la violencia genera una doble violencia, por lo que nunca será la solución". Como ha ocurrido en ciudades como Tijuana, Juárez, Morelia y Veracruz.
La frase del poeta y peregrino Lanza del Vasto retumba certera y actual: "La violencia como respuesta a la violencia genera una doble violencia, por lo que nunca será la solución". Como ha ocurrido en ciudades como Tijuana, Juárez, Morelia y Veracruz.
Si
en verdad se quiere hacer algo para detener la inseguridad deberían
comenzar por replantear el sistema carcelario en Tabasco.
Tomar a la bestia por los cuernos implicaría un nuevo enfoque desde lo social, y
eso está visto que por ahora no lo entienden ni les interesa a quienes viven
blindados por el poder que da la riqueza y la riqueza que da el poder corrompido .