Un aprendiz de novelista imagina la historia de una civilización cuya norma inflexible consistía en expulsar a cualquiera de sus hijos a la más mínima provocación, sin derecho a juicio.
Pasarse un alto, llegar tarde al trabajo, decir una mentira piadosa a la mujer, eran razones sobradas para el exilio.
En el desierto los desterrados vivían cada uno a su manera, sin más ley que la de su fuerza y la que le permitieran sus vecinos, al principio distantes cada uno.
Conforme los nómades rebeldes comenzaron a aumentar, las vecindades se fueron estrechando, generando con ello más caos y anarquía.
El aprendiz de novelista detalla en cada capítulo las crueldades de los dos mundo: el de los civilizados que van menguando en cada página, y el de los inadaptados que se multiplican como conejos.
Al llegar al capítulo final, el aprendiz de novelista es aprehendido y echado a una mazmorra.
Sin saber cuántos días o meses transcurre encerrado, es finalmente liberado. Sus ojos tardan en acostumbrarse a la luz enceguecedora del desierto.
De golpe se da cuenta que ha sido desterrado para siempre del mundo que creía suyo.
Los rostros bestiales y los gritos salvajes de sus vecinos no lo dejan pensar más.
Este texto está dedicado al maestro Jorge Priego Martínez, fino amigo y lingüista nato.
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