En los planos de aquella obra inesperada levantamos una nueva arquitectura, concedimos por fin amplios espacios a la euforia.
Como una venganza contra el entorno frío que nos cercaba, dimos aliento al futuro.
En él, un guarumo alto dominaría el traspatio, bajo sus aireadas ramas acabaríamos por conocernos.
Altas puertas y ventanas para que la luz pudiera gobernar nuestros cuerpos a su antojo.
Cualquier habitación sería la alcoba o la sala, custodiadas siempre por los cantos de primaveras, cocas, pechoamarillos y arroceros: tejedores de nidos en el aire.
No cabe duda, era una casita en todo diferente a la de nuestros padres.
Pero nos extraviamos. ¿Quién lo iba a decir? Nos perdió por los caminos el chillido hipnótico del pájaro caballero.
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