martes, 1 de junio de 2010

Ars poética: Contra mi mismo

Si una palabra se acerca mejor a la poética que intento forzar y forjar todos los días, escogería vitalismo. Mis textos líricos buscan traducir pequeños instantes y experiencias donde yo he sido el pálpito de una vida.

La emoción de ver cruzar a las nativas con sus blusas ralas por una plaza, aunque cada vez más las muchachas de los pueblos se parezcan a las capitalinas; las casas desoladas donde se presiente un destino familiar truncado; o el tropel de medias negras como bisontes subiendo unas escaleras de piedra: pueden ser experiencias vitales que se conectan con algo profundo en mi interior. Quizá si pintara, tomaría el pincel y daría color a esas emociones.

Todo lo que desde el exterior apresura mi sangre y dilata mis venas, provoca en mí un estado que yo designo imaginación poética, muy propicio a la escritura.

Escribo porque no puedo dejar de pensar en ciertos hechos o personas o imágenes, aunque muchas veces poco o nada al final tengan que ver con esa realidad inmediata. Para definirlo de alguna manera, soy un cronista poético, un notario de las pérdidas y ganancias de una existencia, más de lo primero que de lo último.

A estas alturas es obvio confesar que me gusta escribir porque amo la vida: la escritura para mí es un gozo, otro modo de dilatarla, de multiplicarla. Un epicureísmo lírico --sin evasión histórica.

Aunque admiro poemas como “Muerte sin fin”, de José Gorostiza, o “Coplas a la muerte de mi padre”, de Jorge Manrique, yo jamás escribiría sobre la calaca porque si lo hiciera sólo le lanzaría vituperios, escupitajos, toda mi rabia contenida. Creo, como Elías Canetti, que la muerte es el mayor enemigo del hombre, y hay que desterrarla.

Mi combate es modesto, para exorcizarla, escribo.

Otra cosa que asumo per se en mi escritura es la tensión del lenguaje. Trabajo mucho mis textos para buscar una unidad estructural imbatible, como los cimientos que pide una casa para resistir el tiempo. Como repienso mucho las palabras y los adjetivos que crean imágenes o metáforas, escribo bastante, aunque al final sólo me quede con algún ejercicio o versión. No me importa ni me inquieta el resultado, porque como escribo por vitalidad, siempre hay un gozo, se halle o no el poema.

Cuando reviso lo que escribo tengo mucho cuidado, corregir para mí es una responsabilidad muy inquietante. Nunca olvido que en el proceso de publicación, si lo hay, afuera de la página aguarda un lector que no conozco. El consejo que daba un escritor sudamericano a otro sobre que las palabras de tanto repetirse pueden volverse ciertas y contra uno, nunca se me olvida a la hora de usar la goma de borrar.

Otra cosa que hay en mis textos son los juegos de palabras. Me gustan mucho porque ellos reflejan los sentidos polisémicos del lenguaje, la riqueza verbal que encuentro de manera natural cuando camino y escucho hablar a la gente. O cuando leo a otros poetas. Por eso quizá soy aficionado a descifrar carteles y hasta las cajas rotulada de los cereales, como hacía Cervantes al leer cuanto papel tirado en la calle se encontraba.

Mis textos, como yo, son un diálogo: buscan la sonrisa cómplice, la reprobación mutua, el debate.

A estas alturas, releyendo lo que he escrito, parezco muy seguro, pero es otro contrasentido: sólo tengo unas cuantas guías de apoyo, intuiciones personales y muchas dudas, que curiosamente me ayudan a seguir adelante. O tal vez voy hacia atrás y no me doy cuenta.

Sólo sé que hay movimiento porque el paraje ya no es el mismo. O tal vez soy yo el que ya no es el mismo y por eso el entorno, los árboles, la gente, todo es otra vez diferente.

Ese movimiento acabará cuando mi corazón, espero que no sea pronto, deje de sacudirse. Mientras tanto, escribo, no de la muerte o sus fantasmas, sino de la vida y sus personajes reales o ficticos, pues al fin y al cabo, al final todos alcanzaremos esa calidad de lo invisible.

Quizá haya otras cosas más en mis textos, pero por ahora no las he descubierto.

En mi vida personal, lo mismo que en mis escritos, siempre hay un sentido de lo espiritual, aunque no se mencione explícitamente. Es como respirar, está ahí, y, en mi caso, no imagino la existencia sin ese soporte. Además, creo que no hay nada que no conduzca hasta allí: la amistad, el amor, la escritura. Incluso, lo negativo tiene una puerta hacia esa profundidad.

1 comentario:

  1. Lindo texto, Carlitos. Me encanta esa vitalidad de la que uno tan fácilmente se prende. Un abrazo como siempre.

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