domingo, 20 de febrero de 2011

Todo está escrito en otra parte: Francisco Payró


Con el desconcierto y malestar que suscita en mí este Encuentro Iberoamericano de Poesía, enquistado en ese pequeño tumor maligno llamado Red Nuestra América de Festivales Internacionales de Poesía, he aceptado a participar en esta presentación recordando para comenzar una frase pelliceriana, que explica la farsa de cada febrero: "¿qué culpa tiene la madre de que las hijas le salgan putas?".

El libro de Payró, con ese título tan provocativo, parece también venir como anillo al dedo para aludir a este festival: Todo está escrito en otra parte.

Ante la declaración de Jeremías Marquines que, como un Adán al despertarse hace suyas, sin vergüenza ni recato, las palabras del padre de madame Bovary, para decir ante un tribunal inexistente, por la falta de lectores, por la falta de crítica, y peor aún, la ausencia de autocrítica, que la poesía "c' est moi", Francisco Payró prefiere hacer suyas las palabras del antipoeta Nicanor Parra:


"Ya no queda nada por decir.

Todo lo que tenía que decir

Ha sido dicho no se cuántas veces"


¿Es el parte final de una escritura que reconoce la derrota ante el fin del misterio y de lo que se ha ponderado como el elemento central de cualquier poética, la originalidad, para dar paso a una poética apegada a las simples cosas?

En un verso, Payró admite resignado:


“No escogí este camino

El camino vino a mí el día el que no pude descifrar sus códices secretos”


Al hablar de espadas, de batallas, de llamas y de códices secretos, uno no pude dejar de pensar en esos poemas del argentino, Jorge Luis Borges, cuya voz prefiere encarnar a personajes de la historia. Payró no pude encarnar en esos seres que, aunque figuras literarias, cuentan con nombre, apellido y familia, porque los suyos apenas son una sombra de sí mismos, de una sombra de sí mismo, de una sombra de sí mismos.

Leemos:

“...

he vivido la vida de quien nombra las cosas

por no poder tocarlas”


Ni siquiera la Mujer de “rostro de montaña / y tarde de aviso” alcanza un nombre de pila.

Su Todo esta escrito en otra parte ¿es el cansancio de quien no desea caer en ilusiones falsas, en un lugar donde se vive de lo que no se es y se engaña por las apariencias?

Leemos en otro de sus versos el lamento ante el horizonte achatado en el que se vive:


“Qué pobreza de insomnios tiene el viento

En esta región donde la tierra y su planicie

de roca se debaten hay en el respirar un aire

de alcaicería petrificada Ningún grito

ninguna provocación echada al aire como

rugido de ostras bajo un sol desnudo y disecado”


Y un poco más abajo:


No encuentro nada. A mi paso que allana

muchedumbres no hago más que aspirar al infinito

-huele a fuego el espacio que se abre ante mí

con sus puertas de estrellas y relámpagos-

y confirmar que la vida como dice

no es sino una colección de círculos concéntricos.


El paisaje a diferencia de un poeta de la luz como Carlos Pellicer, es aquí un sol disecado, con el viento padeciendo insomnios y el aire de una alcaicería petrificada.

Pese a ello, pese a ese infierno cotidiano, no hay de otra para quien se ha asumido bajo el signo del relámpago, que atrapar esa "alegría de gente diminuta", para describir esas "dársenas y barcas hechas tal vez para encallar en su primer intento" o traducir "los gestos nacidos del cansancio y del susurro".

Payró optó en su escritura para ser más Muerte sin fin, que un sin fin ni propósito esperando una muerte.

Porque la noche se ha filtrado en nuestros actos como

una palabra presentida

Una mirada asoma en su escondite construido con las últimas

noticias del escarnio

unos pasos de pierden frente a un grito de relojes

y atraviesan la plaza domando al viejo león al mediodía

Mis pasos se consumen como llamas

Terminan por perderse en el convulsionar de un día

que empieza a partir de ahora poco a poco a derrumbarse”


Francisco, como todo hombre que se precie de serlo, vive lleno de afirmaciones y contradicciones. Su poesía es una reflexión de todos estos presentimientos, dudas, vacíos y tentaciones. A mí me sorprende, por ejemplo, que un economista que confía ple-na-mente en las leyes del mercado y recita con rotundidad los postulados de los teoremas del bienestar social de Lionel Mckenzie y Gérard Debreu, como si fueran versos sonoros, tenga una visión tan desalentadora de lo humano en sus poemas.


Todo cae

y en verdad todo cede y se postra como se postran

ante el fruto carcomido las dentelladas que no han de propinarse


¿Será por esa melancolía sin aspavientos que al despedirme siempre de él, en Villahermosa, me queda la sensación de haber estado con un poeta-niño-viejo?

No sé si son los libros de economía o sus lecturas de los libros escritos en otra parte, lo que lo han llevado a usar con descaro, sin ocultarla, la voz reflexiva de la primera persona en sus poemas.

Una voz que, a pesar de retumbar a veces con el demasiado mármol, puede plantarse para decir:


Un dardo justo al centro

Una flecha que apunta hacia las venas

Una bomba de tiempo que habrá de demoler las sepulturas

Un rayo semejante a un haz de luz brotando de la escoria

Una llama que apenas se vislumbra

Un eslabón perdido en su cadena

Una afrenta a la historia que intenta repetirse

Tal ha sido por siempre el soplo donde posa sus huestes la memoria


Muchas palabras cinceladas por el trasunto reflexivo y la ausencia de puntos y comas es el atrevimiento formal en sus textos. Pero nadie se llame a engaño, ya desde el título se previene que Todo está escrito en otra parte; la intención no es romper los platos viejos en esa gran vitrina llamada tradición.

Payró es un escritor que nació todavía en el siglo XX, como Jeremías Marquines y todos los que estamos aquí presentes.

Quizá su declaratoria de mandar la escritura a paseo sea entonces la afirmación de una vocación solitaria y honesta, que trata de buscar la poesía aunque sepa que ya está todo escrito y dicho desde antes de nacer.

Esta podría ser la hipótesis principal que he buscado para comprender su entrega y paciencia para afiliarse y asistir a las reuniones semanales de un organismo, también del siglo pasado, la Sociedad de Escritores locales, como si fuera un joven muchacho rumbo al catecismo o a una antigua ermita de herejes a la espera de un Mesías retrasado.

Esa fractura, no me cabe duda, se compensa con su calidez humana y la aventura que ha emprendido con los signos y las palabras, desde su primer libro, Bajo el signo del relámpago.

Una vez le di a leer la primera parte de un ensayo mío sobre un poeta joven llamado Luis Felipe Fabre, y a los dos meses de dárselo, le pregunté qué le había parecido. "Está muy largo para leerlo", me dijo. La respuesta, viniendo de alguien que escribe excelentes ensayos en Letras Libres y que ha participado en una antología de homenaje a Gabriel Zaid, me dejó atónito.

¿Qué se salva de esta voz que declara: “Nada añade la rosa a su arte / de desaparecer a la mirada”?

No hay victoria ni tampoco escape.Quizá lo único que cuenta es esa experiencia de hablar, compartir y también oírse, de “estar abierto a la esencia ancestral de descubrir / el mundo en cada cosa”.

En un ensayo que escribió en Zaid a debate, a propósito de un homenaje nacional al poeta mexicano, el Payró buscapistas, el poeta-niño-viejo, habla de la conciencia del reconocimiento para ahondar en una “radical marginalidad”. El proceso es en apariencia simple, pero requiere concentración más allá de los escrito y aprendido para cercar de nuevo a las cosas, para volver a mirarlas y mirarnos en ellas. Dice:


“De un modo o de otro, la sociedad -toda sociedad avanza hacia el progreso como en una procesión de fe; el reconocimiento del progreso como tal, de lo que se ha asimilado por ello, es la asunción de una conciencia capaz de reconocerse y proyectar la visión de otras realidades”.


Este es precisamente el proceso que ha seguido Payró en Todo está escrito en otra parte, constatar que la vida de los otros no es más vida que la del que observa, que la agonía es repartida, como la dicha y la miseria. Como los encuentros y los desencuentros. Como la tradición y la ruptura. No hay victoria. Acaso todo es como el propio Payró lo escribe:


Lo mío será solo esa historia que se cuenta

cuando acaso la espada se ha blandido

sólo el esbozo de aliento que el guerrero dibujó en su semblante

mientras caía".



Este texto fue leído el 16 de febrero de 2011, en el auditorio de la biblioteca pública del estado José María Pino Suárez, durante las jornadas dedicadas al poeta Carlos Pellicer Cámara. El autor, Francisco Payró invitó a Ramón Bolívar y al que esto escribe -y leyó- a presentar su libro Todo está escrito en otra parte (Gobierno del Estado de Tabasco, 2011).


La fotografía fue tomada por el fotodocumentalista Jaime Arturo Avalos, quien asistió al evento.

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