martes, 22 de febrero de 2011

Toda iniciación es dolorosa: Fabio Morabito


Reacio a catalogar las obras literarias en infantiles o juveniles, Fabio Morabito prefiere hablar de su primera novela Emilio, los chistes y la muerte (Anagrama, 2010), como una obra de iniciación de un niño a la edad adolescente.
El cuentista, poeta, ensayista, traductor, académico y ahora novelista --nacido en Alejandría, Egipto, en 1955, pero radicado en México desde los 15 años de edad, autor de un libro de cuentos extraordinario titulado Grieta de fatiga (Tusquest, 2006)--, considera que la clasificación de un libro atendiendo únicamente a la edad de los lectores es “una separación muy artificial”.
El también traductor de la obra completa de Eugenio Montale y ensayista de Letras Libres, confiesa que como su personaje Emilio, el paso de cualquier infante al mundo adulto, tiene un sabor a desilusión. “Eso es justamente parte del crecimiento: toda iniciación es dolorosa”.
-¿Cómo se gestó Emilio, los chistes y la muerte?
Todo surgió de un aparato que imaginé sería un detector de chistes, esa fue la primera idea, un aparato que detecta los chistes de la gente contados en cualquier lugar, me pareció normal que eso estuviera en manos de un niño, porque seguramente el detector de chiste me hizo pensar en una historia de corte infantil.
Así empecé a escribir las primeras dos o tres páginas, con la idea de escribir un pequeño cuento que probablemente se llamaría el detector de chistes. A la tercera página apareció Eurídice, una señora, para cambiarlo todo.
Empecé primero a tomarme más en serio lo que pensaba que iba a ser simplemente un textito de unas cinco o seis páginas Luego me di cuenta que ese encuentro entre un niño, con ese extraño aparato, en un cementerio, con una mujer madura, iba a poder dar lugar a muchas otras cosas, y empecé a escribir, escribir, escribir, y lo que iba a ser un cuento breve para niños, se convirtió en una novela.
-¿Puede decir que Emilio, los chistes y la muerte sea una novela infantil?
Esa separación a mí siempre me ha molestado. No sé qué sentiría un niño de 12 años, de la misma edad de Emilio, al leer esa historia, seguramente muchas cosas no las entendería, otras lo aburriría, pero creo que en principio, a partir de los 12 años, por ejemplo, quizá incluso antes, un niño puede entender casi todo lo que se escribe para adultos.
No deja de ser una separación muy artificial, que se ha vuelto cada vez más acentuada, porque yo recuerdo que en mis tiempos no existía eso de el libro para dos a cinco años, de cinco a ocho, de ocho a doce, de doce a quince, como ahora, que está un poco todo pegadojizado. Me temo que no es una separación con mucha razón, pero bueno eso es otro tema.
-Para ser infantil hay mucha desilusión, ¿no le parece?
Eso es justamente parte del crecimiento: toda iniciación es dolorosa, eso lo sabemos incluso por los ritos iniciáticos de las tribus primitivas: el niño que pasa a ser adolescente o el adolescente que pasa a ser adulto, tiene que pasar por el sufrimiento que muchas veces no es sólo muy grande, sino que a veces se corre el peligro de morir.
Por supuesto que hay una desencanto general a esa edad, el primero es que uno ya no es lo que es por ser hijo de papá, ya se tiene que conquistar el afecto de sus semejantes, ya no es suficiente con ser una criatura, como ocurre con los niños, cuando uno pasa a la edad adulto, tiene que valerse por sí mismo, y todo afecto, todo cariño, todo amor que pueda tener, lo va a tener que conquistar, dando algo a cambio de eso. Eso es ya en principio la primera tragedia al que se enfrenta un niño.
En este caso de la novela, sí hay una situación, donde todos los personajes están en un proceso muy semejante a Emilio. Porque eso también es un poco una de las cosas en las que se apoya mi historia, es decir, un niño finalmente es el epítome de lo que es un aprendizaje, pero no es el único.
Los adultos siempre estamos en procesos de aprendizajes, de iniciaciones, de descubrir algo nuevo, en tener que adaptarnos a una nueva situación, que es lo que ocurre con todos los personajes, principalmente con Eurídice, que tiene que aceptar que no es una mujer que ha dejado de vivir, que no está muerta, sino que a pesar de haber perdido a su hijo la vida sigue. Y el policía y el padre de Emilio. En ese sentido sí, puede ser una novela triste, pero yo creo que más que triste yo aspiro a que sea justa, a que ponga en cada cosa en su lugar. Todos tienen que pasar por un proceso de aprendizaje que los hace padecer, pero que los deja más plantados en la tierra.
-Usted ha incursionado en el cuento, en la poesía, en la traducción, en el ensayo, en la academia. ¿Por qué se tardó tanto a escribir una novela?
Me costó quince años de trabajo, en los que yo escribí otros libros, pero éste era como que la asignatura pendiente. Cada que yo terminaba un libro, lo primero que hacía era volver a la historia de Emilio, a ver si ahora sí la podía sacar. Como no podía, después de meses de trabajo, la dejaba siempre para hacer otra cosa. Hasta que fui a Buenos Aires, en 2007, donde estuve viviendo ocho meses, y me propuse no hacer otra cosa más que esto. No la terminé allí, pero fue en Buenos Aires donde por primera vez, le di vuelta a la historia y encontré cómo tenía que ser.

Este texto fue publicado en la sección cultural expresión, del diario Tabasco HOY, en la edición del martes 22 de febrero de 2011.

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