martes, 10 de enero de 2012

El peso de las palabras: sobre la mano y la caballería como medidas en La Chontalpa


Un chilango llamará siempre tortuga a todas las especies de quelonios y si se atreve a hacer una distinción tendrá que basarse forzosamente en lo más evidente, su tamaño, para decir tortuguitas.

El nativo de Tabasco, en cambio, inmerso en su pasado de agua, sabía distinguir entre un guao, un chiquiguao, una hicotea, una tres lomos, una mojina y un pochitoque.

El mentado aguacate criollo que ofertan las cadenas comerciales por todo el país es llamado por los nativos tabaqueños chinín, y sus vecinos de Veracruz lo nombran pagua, ambas palabras fueron importadas por los mexicas durante su expansión por el Golfo de México.

La influencia más directa e inmediata del hispanohablante en estas tierras bajas, como ya ha mencionado Rosario Gutiérrez Eskildsen en Substrato y superestrato del Español en Tabasco, procedió de las lenguas vecinas: el náhuatl conquistador, el maya vecino y la variante de éste, el chontal, que tuvo su gran auge en el área que se conoce como La Chontalpa.

Otros hechos -metalingüísticos- como la historia particular de una comunidad (el aislamiento del sureste mexicano con respecto al centro) y, más recientemente, la economía global y hasta la tecnología, contribuyen -imperceptible e inevitablemente- a moldear, corromper, preservar, transplantar, revivir y reinventar el habla del español en el sureste mexicano.

De la incidencia de una lengua sobre otra hasta su mestizaje, se pueden mencionar las unidades de medida antiguas, que todavía usan los ancianos en los mercados públicos de Tabasco.

Algunos patrones se remontan hasta el periodo Posclásico, cuando los mexicas obligaron a los chontales -prodigiosamente establecidos en el umbral de las ciudades estados mayas-, a comerciar con ellos, imponiéndoles sus medidas.

Los yoko t`aan, de por sí bilingües por sus muchos tratos comerciales con otros pueblos, no tuvieron empacho en adoptar las medidas aztecas como suyas.

Todavía si uno camina por los mercados descuidados por las administraciones municipales -tan veleidosas con las cadenas comerciales-, se oye a marchantes pedir “una mano” de cacao o de mazorcas de maíz o algún fruto local.

Por la llamada autopista rápida a Paraíso, decenas de pequeños agricultores con su excedente de maíz, se paran a ambas orillas de las dobles vías con sus sacos de polietileno -antes eran tejidos de henequén- y ofrecen a "nueve pesos una mano de maíz".

La mano, en este caso, equivale a cinco unidades y era muy efectiva aún cuando el hablante no supiera mucho de números porque bastaba con mirar sus dedos para realizar cualquier transacción.

De la mano viene el zonte o soncle, que era el equivalente a 80 manos, es decir, unas 400 unidades, convención usada generalmente para realizar grandes transacciones.

Como señala Charles Gibson en Los aztecas bajo el dominio español, los mercaderes indígenas no tasaban sus productos basándose en el peso, sino en unidades que tenían como base la numeración vigecimal azteca.

Hasta mediados del siglo XX, los comerciantes que venían en sus torton de Monterrey, Puebla y Ciudad de México, a comprar el zapote sembrado en estas tierras bajas, se rehusaron a usar el millar en sus negociaciones, eligiendo el zonte como el patrón más conveniente.

En un saco de henequén cabía aproximadamente medio zonte de mazorcas, pero si el fruto se daba bien, las 200 unidades no alcanzaban a entrar todas, quedando fuera dos o tres manos, imprevisto que se resolvía alargando la costura del saco con una pita elaborada también de henequén.

La palabra zontle se origina del náhuatl tzontli que, según Francisco J. Santamaría, en su Diccionario de Americanismos, significa: cuatrocientos.

Además de contar el cacao y el maíz, el patrón se aplicaba a otros frutos como la naranja y el zapote, o cosas como la leña.

"Zontear el maíz o la leña" es una expresión ya casi extinta en la entidad, pues raramente se la oye entre los viejos campesinos, a no ser que evoquen la tarea que hicieron de niños al contar las mazorcas o las rajas de leña, acomodándolas en grupos de 20, cada uno con 20 unidades, para alcanzar la cifra de 400.

El tzontle también era usado para medir el terreno, fijando una unidad por cada 4.4 hectáreas de tierra. En La servidumbre agraria en México en la época porfirista, el historiador Fiedrich Katz menciona la costumbre en las haciendas cacaoteras de otorgar medio zontle -unas 2.24 hectáreas- de tierras cultivables a los peones acasillados como parte de su paupérrimo salario.

Otro ejemplo de medida aún vigente es la cuarta, que es la extensión de la mano abierta y extendida que va del extremo del dedo pulgar al meñique.

Para mí asombro, la palabra fue aceptaba apenas en el DRAE de 1869 y remite a la voz más extendidad de palmo, voz que ya estaba en la citada obra desde 1737, con dos significados diferentes.

No será sino hasta la versión de 1970, en que los académicos decidan darle por fin la entrada de medida, con excepción de la edición de 1983, las posteriores de 1984, 1989, 1992 y 2002, la conservarán.

Algunos vendedores del mercado de Comalcalco y Paraíso siguen prefiriendo usar la cuarta como medida en vez del kilo. Un viejo vendedor de las Flores Segunda, en Paraíso, prefiere vender en peso y no en extensión su longaniza ahumada. Cuenta jocosamente que las que venden en cuarta son mujeronas grandes, lo que hace que el marchante imagine que la palma enorme de esa mano significará más longaniza para su mandado. Pero una vez hecho el trato, esa mujer robusta llama a otra más bajita y de mano pequeñita.

No obstante, el sueño de cualquier ranchero en La Chontalpa hasta el periodo posrevolucionario era poseer una caballería. La medida resulta menos antigua en América que el zontle, porque los nativos de estas tierras no conocieron el caballo sino hasta la llegada de los españoles en el siglo XVI, quienes además de imponer este patrón implantaron también la arroba y el quintal para comerciar la carne, la manteca, el frijol, el azúcar, la panela, el café, el palo de tinte y el jabón.

El Diccionario de Autoridades de 1729, pone varias entradas a caballería, pero todas parten de “la bestia en que se anda a caballo”. De esta procede “el número de hombres a caballo que forman un cuerpo” y por extensión “toda la gente de armas montada a caballo” que constituye un ejército.

De las obligaciones y privilegios del buen guerrero con montura se dice que formaban caballería. Uno de estos privilegios se había impuesto como regla: conceder “ciertas rentas que los Ricos hombres repartían de las suyas propias entre los Caballeros y gente de guerra , que eran sus vasallos y los asistían cuando salían a servir a los reyes”. De modo que caballería pasó a nombrar todas las rentas obtenidas por los caballeros que acaudillaban las guerras.

El Diccionario de 1780 amplía la entrada: “En lo antiguo era la porción que de los despojos tocaba a cada caballero en la guerra, y a proporción había media caballería y aún doble, como sucedía al General que ganaba algún despojo, al que se le duplicaba la recompensa”.

Por supuesto que el auténtico caballero tenía que no dejarse dominar por la avaricia y cumplir sus deberes como vasallo y guerrero, entre los que figuraba compartir el despojo noblemente llamado caballería. No hacerlo implicaba deshonra o destierro, como sucede a don Rodrigo Diaz de Vivar en el Cantar de Mio Cid.

Con la Otra Conquista penínsular en Mesoamérica, la Corona española concedió a los pobladores de las tierras conquistadas “repartimiento de tierra o haciendas” con el fin de que los indios “se avencindacen y mantuviesen en ellas”. Dicha provisión se llamó caballería, en oposición a casas, solares y peonías. Incluso, queda fijada la extensión de la tierra: “ cien pies de ancho y doscientos de largo”

En Tabasco, el término sobrevivió entre finqueros para fijar extensiones de tierra muy amplias. Santamaría en su Diccionario de Americanismos precisa la medida: 42.7953 hectáreas.

Criollos o mestizos no escaparon en pleno siglo XX a la vieja costumbre española de dejar como herencia una caballería por cada hijo que se tuviera. “Se hacían el propósito de sembrar frijolar, milpa, engordar puerco, levantar pavos para comprar muchos terrenos que entonces sobraban en esas cantidades”, evoca un viejo hacendado de Chiltepec, en Paraíso.

Y ustedes ¿cuáles medidas recuerdan?


*Este texto es una parte de un trabajo más extenso sobre el tema, el cual sólo le interesó publicarlo en Tabasco al editor Lester Wilson, en una de sus muchas publicaciones periódicas que tira. Es precisamente a él a quien dedico esta parte.

5 comentarios:

  1. Sumamente intesante y enriquecedor.. Gracias.!

    ResponderEliminar
  2. No bueno, núnca desilucionan tus aporataciones, gracias amigo.

    Villahermosa ;0)

    ResponderEliminar
  3. Así da gusto aprender; un placer leer tu artículo.

    ResponderEliminar
  4. Muy buena publicacion, muchas de las palabras que haces mencion todavia son utlizadas en la chontalpa chica.

    Jalpa de mendez.

    ResponderEliminar
  5. En algunas regiones del Estado de Veracuz se utilizan y se conocen estas medidas, sobre en la región del Papaloapan

    ResponderEliminar