lunes, 2 de enero de 2012

Trama y poema en Estación abierta


Con el manuscrito, “Estación abierta”, Verónica Sánchez Marín ganó en 2011, el premio estatal de poesía Jose Carlos Becerra.

Distanciados de la polémica que suscitó el fallo del jurado, el texto manuscrito honra al poeta de Oscura palabra, que supo encontrar en los elementos terrestre del infortunio, la cultura de masas o el cine sonoro, los versos memorables para su poesía.

Al concederle el premio que lleva el nombre de un poeta que, para fortuna de sus lectores, siempre estará más allá de intereses políticos mezquinos, el jurado confirma una vocación literaria que comenzó cuando menos hace una década.

El registro documental más lejano de sus desvelos líricos data del año 2004, cuando junto a otros jóvenes de su generación, entre quienes se encuentran Lorenzo Morales, Beatriz Pérez y Diana Juárez, participa con un cuento breve titulado “Tamú”, en el libro colectivo Ojos de duende.

Este detalle es importante anotarlo para corroborar un rasgo evidente en todo su trabajo lírico publicado hasta ahora: sus doble vertiente amorosa con la escritura: la trama y el verso, que se extienden como un rizoma para potenciar los dos terrenos.

El aprendizaje de Verónica ha sido como el de todo joven que comienza a escribir: lento, accidentado, doloroso, pero con mucha pasión.

El primer taller literario al que asistió se llamó “En busca del tiempo perdido”, que coordinaban los entonces chamacos Daniel Peralta, Alvaro Solís, Jaime Ruiz y Benjamín González.

La mecánica de trabajo, por cierto, era muy singular: consistía en tener siempre un coordinador invitado por una o varias semanas. Sospecho que de este modo los talleristas aseguraban los cafés de cortesía.

Luego, creo, vino el taller del maestro Antonio Solís Calvillo, celebrado en El jaguar despertado.

Todos estos detalles mínimos dieron sus primeros frutos en 2007, cuando su nombre fue incluido en la investigación literaria que parecía que don Marco Antonio Acosta nunca iba a concluir, la Nueva Antología de Poetas Tabasqueños Contemporáneos, que venía a actualizar la suya propia editada en los setenta.

La serie de poemas de Sánchez Marín apareció en el tomo tres, poco antes de que se cerrara el volumen con los poemas de Beatriz Pérez y Pablo A. Graniel.

Esos breves poemas son apenas un balbuceo de una escritura en busca de su voz. Se trata de textos breves, fragmentarios, que no esconden ni sus influencias cercanas ni la fascinación de la joven autora por sus múltiples reflejos.

De todos modo hay allí versos deslumbrantes, sobre todo cuando la exacerbación -amplificada por una enumeración vertiginosa- cede el paso a una observación objetiva de las cosas, que encuentra en lo profundo la sencillez.

Acá doy un ejemplo:

“tantas olas
tantos preparativos
y tan pocas razones de hacerse al mar”

Ese tono bajo que parece venir de una voz distante y honda, irá creciendo por fortuna hacia adentro, hacia el abismo de sí mismo, en muchos pasajes de lo que constituirá Estación abierta.

El 2008 fue un año intenso para ella. Publica una nueva serie de poemas en una plaquete colectiva titulada Triángulos oscuros, que editó Indira Broca, más o menos de la misma generación de Verónica.

En 2009, textos suyos fueron incluidos en una antología de 10 poetas novísimos que preparó generosamente Alvaro Solís para la revista Punto de Partida, que edita la UNAM.

En el citado número 155, de mayo-junio de 2009, Verónica se atreve a hablar fuera del poema de su trabajo lírico y deja ver que el templo sagrado de sus influencias comienza a poblarse. Al lado de la autora de La mujer rota, y del autor de Relaciones de los hechos, reconoce dos nuevos nombres: la poesía sintética de Yanis Ritzos y el tono impestuoso de Vicente Huidoboro.

Confiesa Verónica de esa selección:

“Desde que me di cuenta no busco otra cosa que escribir una historia, no mía necesariamente, pero sí que conmueva al lector, que lo divierta, al menos esas son mis aspiraciones”.

Tal espíritu es el que anima el libro Estación abierta, un material dividido en tres partes, que propone un viaje hacia la escritura intimista, donde el paisaje se escribe con los ojos y se lee con las ventanas del corazón, a tal punto que ya no hay separación, diferencia, frontera, entre lo externo y lo interno, entre el yo y el nosotros. Lo que uno esperaría del poema.

Los siguientes versos podrían ser el ars poética de este libro:

Tantas palabras dormidas esperan
hacerlas brillar como tantas otras estrellas,
sacarlas del sueño
como granos de trigo.
El sentido y la corriente se alternan
en un lenguaje amorfo donde nada se comparte, el uno expulsa
al otro y a gusto del orgullo socaba el mantenimiento de las tierras.
Tantos pájaros parten sin retorno.
El éxodo es su sitio para pensar.

Lo que uno lee sabe a escritura onírica, a poética del ensueño, a vida que ocurre sobre una pantalla que va contando una historia que también se proyecta más allá de la luz, hacia la oscuridad de las posibilidades. La realidad es distorsionada por un filtro que es una película que a su vez es distorsionada por una espectadora que a su vez escribe poesía que a su vez es vista y leída por un lector/esspetador de cinepoéticas.

En esta duermevela sentida muchos versos pasen de la primera persona del singular a la primera del plural, no como defecto, sino como una consecuencia de esta mirada de soslayo.

Como ocurre en los primeros libros de noveles autores, aquí hay ecos de otras voces familiares a Verónica. Una de ellas es la de una poeta iraní que Verónica ha leído muy bien, y con la cual de seguro halla afinidades, no sólo porque ella y Forougth Farrokhzad sean mujeres o porque les fascine la escritura y el cine, sino por eso que Goehte llamaba muy bien la afinidades electivas. Aludo sobre todo a las conversaciones íntimas de esa voz literaria con su amante.

Todavía siento esa invitación en mis orejas rojas:

Quédate a detener el juego
también puedes quedarte para mostrarte indeseable
posado como un pájaro de mal agüero
con una sola pata encima de la cerca
y los ojos clavados en el sol para acompañarte a ti mismo
y si es posible a esta mujer
que no puede acostarse con la luz

Hace un rato dije de ese tono bajo, casi sereno, reflexivo, que animan muchos de los versos de Estación abierta. Son los que más me gustan porque dan un nuevo sentido al mundo inmediato.

Una escritura así sólo se logra con sabiduría, lo que quiere decir también, con dolor y sufrimiento. Estación abierta es una invitación a tomar un viaje íntimo, sereno, sensual, algo oscuro, pero gratificante. ¡Qué gusto leer este primer libro de Verónica!

*Este texto fue la parte medular de la presentación del libro Estación abierta, de Verónica Sánchez Marín, que leí el miércoles 28 de noviembre, en la fundación José Carlos Becerra. Además de la autora, participó también el joven escritor Marco Antonio Antúnez Piña.

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