lunes, 18 de octubre de 2010

El amor está en el sur


1.- El evento. Audomaro Ernesto Hidalgo presentó el viernes 15 de octubre, en la División Académica de Educación y Artes (DAEA), de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), su ópera prima El fuego de las noches (Municipio de Tlanepantla, 2010).

El libro ganó el primer premio nacional de poesía Juana de Asbaje, que otorga el municipio de Tlanepantla, Estado de México, con un jurado integrado por Thelma Nava, Alí Chumacero y Dolores Castro.

Fue el poeta Alvaro Solís, quien se encargó de abrir la tanda de razones para festejar el volumen. Solís se centró en la elipsis que tuvo que hacer Hidalgo para poder escribir su ópera prima.

Sostuvo que a falta de instancias serias para formar escritores profesionales en la entidad, con excepción de algunos talleres literarios que todavía funcionan y de la Escuela de Escritores, quienes quieren emprender el camino o ascensión a las letras no les queda otra salida que emigrar.

Brevemente bosquejó esa ruta seguida por Hidalgo, desde su estancia en Ciudad de México, becado por la Fundación para las Letras Mexicanas, hasta su fundamental viaje hacia el sur, Santa Fé, Argentina. Si "Maro" regresó de nuevo, dijo Solís, fue movido por designio familiar y amor al terruño.

"El viaje marcó su literalidad", señaló el autor de Cantalao, que parecía también hablar de su propia ruta, ya que él mismo dejó Tabasco hace ya algunos años para ir primero a estudiar una licenciatura en filosofía a Tlaxcala y luego una maestría en letras a Puebla con viajes intermitentes también a la tierra que lo vio crecer.

"Los tonos de la poesía de este poeta nacido y crecido en la populosa colonia Atasta son más bien solemnes. Poesía que como la de (Roberto) Juarroz o (Antonio) Porchia, aspira al hallazgo que rebase los límites propios de la literatura y la imaginación. Aspira a revelar lo escondido detrás de la superficie de las cosas, logrando por momentos alcances filosóficos de verdadera sabiduría", resaltó el presentador.

Por su parte, Sergio Arenas Martínez, el otro presentador, fue quien penetró más en los símbolos que crepitan en El fuego de las noches.

Citando a Gastón Bachelard, desmembró los distintos fuegos que atizan en el libro repleto de "poemas en verso y en prosa, que transitan de uno a otro sin dificultad".

El profesor universitario destacó que la lucha de Audomaro es "hacer presente el pasado, pero no como presente, sino como futuro".

No es extraño, pues, que los poemas parezcan contar una historia, aunque "la obra en sí no es una narración, sino la introspección de un viaje que cuenta una historia por distintas voces".

Al final, Audomaro tomó la palabra para señalar que El fuego de las noches se gestó en Ciudad de México, gracias a una beca que le otorgo la Fundación para las Letras Mexicanas.

Aclaró que se trata de su primer libro publicado, y que como toda ópera prima, es querida precisamente por el distanciamiento que comienza ya a haber entre el texto terminado y quien lo escribe.

Arenas cerró citando a Bachelard y diciendo que El fuego de la noches, es más "hijo del hombre que de la madera".



2.- El libro. Entre los dominios del polvo, Audomaro Hidalgo levanta su heráldica familiar para hacerla brillar "igual que espadas en la oscuridad". Su memoria es un yo que se vuelve un nosotros, capaz de invocar los recuerdos viejos y nuevos en un "viaje a través del tiempo". Lo que queda, es la comunión de lo próximo y su sentido de brevedad. Las palabras.

En "Los días y el trabajo", por ejemplo, el poeta parte de una narración sugerida: el retorno del padre a la casa en ruinas. Ese narrador en el interior de la casa nos hace oír "el golpe del martillo" que "llega desde el patio", para hablarnos de cómo la vida sobrevive de nuevo "a generaciones de nombres y de insectos". Cuando la faena de los días y el trabajo están acabados, el padre se sienta como lo hicieron sus ancestros, en la silla restaurada "mientras imaginaba a su primer dueño".

"Ese abuelo que no conocí" es un aviso de lo que le espera, de lo que le aguarda, a esa voz que lo cuenta todo desde adentro, un poco distante, que ha permanecido quieta, como simple testigo de "Los días y el trabajo", pero que ya pronto estará afuera también, vuelta a rememorar un pasado inacabable.

Este será un proceso habitual en muchos versos de El fuego de las noches, que el autor no oculta --tampoco tiene porqué hacerlo. En Nocturno, uno de los poemas mejor logrados del volumen, parte de esa espera quieta para exaltar el recuerdo misterioso de la figura amada: "Me he detenido a ver el mar… con la discreción de la neblina cuando invade la carretera".

La playa solitaria le devuelve la pasión antigua, condensada en "el oleaje amenazante… con sus cuchillos de espuma".

El círculo de lo vivido llega al punto de donde partió: el recuerdo que se ha levantado del polvo, no olvida que volverá al polvo. Finitud irremediable. No queda otra más que imitar al tulipán que, "entre palos y desperdicios… vive y brilla".

Los saldos de esas pérdidas se vuelven metáforas coléricas:

"Estoy triste, lloro / con todo el odio que me producen los hospitales y las terminales de autobuses,/ con ese llanto que pule profundo los huesos. / Hoy maldigo el licor solitario, / arrojo con fuerza las piedras más negras de la arena".

Una pena honda que a mí me recuerda al César Vallejo de Los heraldos negros, y al que por cierto el poeta tabaqueño escribe una carta en verso libre, como si fuera uno más de su linaje íntimo. En cambio, los poemas en prosa de la última parte de El fuego de las noches, poblada de montañeses, de hijos ausentes, de silencios extendidos, recuerda la poesía de otro solitario, la de Cesare Pavese.

Audomaro no escatima el uso del "nosotros" en una poesía elemental, que prefiere dialogar con los suyos antes que perderse en las formas. Su fuego de las noches es una flama que anima a los solitarios, a los amantes viejos que "conversan tristemente", a las "sombras de otra orilla" y a quienes leen su "Memoria paginada" con la esperanza de que "Al final de este verso hay(a) una puerta que se abre (a)".

Extraño sentir el de quien en su suelo parece un sombra habitada de nocturnos y elegías, y ya lejos, en ciudades de pasada, se vuelve sol, himno y alegría. La razón es la del amor concreto, no el que se trae en la sangre, sino uno mayor, el que se elige y halla, allá lejos.

"Caminábamos y yo decía nubes, guijarros, miraba tu espalda. / Tus cabellos eran una corriente dispersa, color del sol/ que todavía llegaba hasta nosotros / mientras volvíamos al pueblo por calles de arena".

Basta a veces oír "El canto de aquella muchacha de la que ignoro el rostro" para sucumbir al hechizo, a ese fuego de las noches inextinguible.


3.- Un poema de El fuego de las noches


NOCTURNO

Me he detenido a ver el mar

desde el silencio de la casa cuando todos se han ido,

con la discreción de la neblina cuando invade la carretera y de pronto desaparece.

Esta noche es una playa desierta donde vuelves a desnudarte

mientras el oleaje amenaza mi corazón con sus cuchillos de espuma.

Estoy triste, lloro

con todo el odio que me producen los hospitales y las terminales de autobús,

con ese llanto que pule profundo los huesos.

Hoy maldigo el licor solitario,

arrojo con fuerza las piedras más negras hacia la arena.


Esta noche de enero escucho tu ausencia, digo tu nombre,

regresan aquellas horas en que caminábamos desiertos de nosotros mismos

por malecones apenas alumbrados,

cuando el calor de otras noches nos unía.

Ahora el viento y la lluvia caen sobre la playa.

Desde esta ventana he mirado largamente el mar

y las embarcaciones estacionadas en el puerto son la nostalgia,

misteriosa visitante que llega acariciándonos con su silencio

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