Para realizar el mural de “Las águilas del oro negro”, Tomás Mejía (1969) necesitó tan sólo dos meses, pero en realidad se preparó toda la vida para la monumental obra que mide 10 metros de largo por cinco de alto, situada en una zona federal de acceso restringida, en Villahermosa, capital de la provincia sureña de Tabasco.
La infancia de Mejía transcurrió en Astapa, una comunidad del municipio de Jalapa, que serviría de inspiración a su lenguaje pictórico. Por experiencia propia, supo desde niño de las crecidas del río la Sierra hasta su cintura y del peso de los costales de maíz a su espalda.
Sus ojos asombrados registraron aquel primer mundo con una marca imborrable: la fauna mítica, las danzas autóctonas, la resistencia comunitaria e, incluso, el sexo iniciático.
Con el deseo de que fuera médico o abogado, el jefe de la familia Mejía trasladó a todos sus integrantes a la capital tabaqueña, donde Tomás optó por estudiar la carrera de derecho, aunque no tan derecho como su progenitor hubiera deseado, pues entre los ingratos volúmenes de leyes tenía siempre oculto algún volumen de arte.
Un día, un compañero de estudio, le comentó fortuitamente que junto a la Biblioteca Pública Estatal José María Pino Suárez, se hallaba una escuela de arte, la Casa José Gorostiza. Fue así como Tomás Mejía encontró su camino, lo que ha sido la pasión de su vida, sus desvelos, sus enojos, sus luchas, su identidad: la pintura, la escultura y el muralismo.
Siqueiros tabasqueño
Cuenta Mejía que al ver el mural ubicado en el Centro de Visualización de la división de Pemex Exploración y Producción (PEP), región Sureste, el poeta Ciprián Cabrera Jasso lo llamó desde entonces “el Siquieros tabaqueño”.
Hablar con Tomás es como escuchar a un viejo sabio de una tribu antigua. Sus palabras, aún las más inocentes, están siempre cargadas de una semilla a punto de germinar.
Por eso, si en su serie pictórica del “Tabasco contemporáneo”, los danzantes no sólo bailan, sino que también luchan por su música; en su mural “Las águilas del oro negro”, los primeros petroleros, esos macheteros que abrieron camino hacia las exploraciones, conocidos como brecheros, se vuelven también los defensores del pantano.
Mientras Tomás trabajaba en el mural desmontable, trepado en andamios y sujeto con arneses, no dejó de hablar un sólo día con su criatura, le platicaba todo lo que tenía planeado para ella.
Esa misma fuerza es la que trasmitió a su brocha, a los colores, a los motivos. Si uno se acerca al mural, puede sentir esa fuerza en el trazo, la espátula penetrando, rasgando la fibra del acrílico.
“El mural es una historia, una declaración pública. El compromiso del pintor es buscar símbolos que digan, que causen una emoción de llanto, de desprecio o de lucha. No es necesario que haya guerras, hay otros elementos que están ahí que hay que declarar”, explica el jalapense, quien entre sus maestros reconoce al pintor y escultor Gustavo Piedras Vargas, el mismo que abrió generosamente las puertas de su taller a aquel muchacho de melena rebelde en un momento definitorio.
Mejía señala que el movimiento muralístico encabezado por Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros no está acabado, “hay en todo el mundo artistas que están haciendo murales con más compromiso que en México, incluso el graffiti es una parte que quedó de este movimiento. El trazo del mural sigue avanzando porque es una forma de protesta, faltan los espacios para desarrollarlo más”, formula.
Su mural es dominado por el águila nacional, que protege y abriga a toda la industria petrolera, pero también a la historia ligada a los pueblos prehispánicos.
En una explicación de la figura hecha por Mejía al escritor Margarito Palacios, el primero señala que escogió el águila por ser "un símbolo por excelencia de nuestro nacionalismo. Y es un orgullo que esta empresa petrolera sea mexicana, y que el petróleo sea explotado por y para los mexicanos" (1).
La lectura del mural comienza en la parte superior izquierda, donde se pueden ver los primeros pobladores de esta región Mesoamericana, los Olmecas, labrando una monumental cabeza humana, la única con el rostro definido, extraño símbolo humano en la piedra, donde las figuras humanas carecen de detalles en la cara. El arte humanizado y las criaturas vivientes atrapadas en las figuraciones de sus propias acciones, casi enajenadas. O mejor dicho: robotizadas, obedientes al devenir de la Historia.
En el mural, Mejía no podía dejar fuera la figura femenina, cuya importancia dentro de la industria petrolera crece cada día. Pero también le sirve como motivo de inspiración y fuerza: el hecho de que la presente asomándose a un microscopio, la proyecta también al futuro, como una ciencia necesaria para el crecimiento del hombre.
Diversas escenas asoman y se fusionan por arriba y por debajo del águila, algunas con un doble significado: de bendición y amenaza, de progreso colectivo y ambiciones particulares desmedidas. Esto explicaría elementos como la garra del águila o las manos casi deformadas que sujetan la energía, aludiendo por un lado a la exploración desmesurada de los hidrocarburos y a la racionalidad a la que apela toda exacción de la riqueza natural.
Sin duda, "Las águilas del oro negro" es una historia singular plástica de lo que ha sido la industria petrolera mexicana. Para tener acceso al mural, se requiere solicitar un permiso con antelación en la propia entrada del PEP-Carrizal.
*Parte de este texto fue publicado en la sección cultural expresión!, del diario Tabasco HOY, en 2007, y ganó un premio internacional convocado por la SDN. El diseño estuvo a cargo de Sebastián Colorado y Mauricio Rangel (en la dirección de arte).
Fotos: Cortesía Margarito Palacios Maldonado, PEP Carrizal. (Nota: con un click a la imagen, el mural puede agrandarse y verse a detalle)
1) Revista Trimestral Horizonte sur, no. 38, octubre a diciembre de 2006.
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