martes, 6 de diciembre de 2011

Calle, calle, calle


Si el subsuelo de Ciudad de México parece bullir de vida, las calles de las colonias Roma, Narvarte y del Valle son el patio de recreo de una asilo de ancianos: hombres de barbas entrecanas o mujeres pálidas salen a tomar un poco del débil sol.

Los sedentarios que han alcanzado la edad adulta y el sobrepeso, toman puntualmente el café de la mañana mientras leen La Jornada, Reforma o Letras Libres y envían mensajes por sus Blackbeerry.

Al mirarlos detenidamente se establece un lazo entrañablemente familiar, como si fueran viejos conocidos que hubieran crecido juntos, ahora envejecen a la par.

¿Qué clase de ciudad sería ésta, si el mar tocara su varicosa periferia? Sería una crónica escrita en lengua portuguesa con telón de fondo muy parecido a Río de Janeiro.

Esa sensación de mar llega en el aire salitroso que flota en sus plazas con fuentes resecas, y en la luz marina que anima los paraderos del transbus, un sistema de transporte rápido que atraviesa la mitad de las avenidas.

Es como si de pronto, detrás de esas jaulas de cristal -una casa de espejos alucinantes- fueran asomar las olas.

Ciudad de México es muchas ciudades. El centro, por ejemplo, es el espacio para los olores. Huele a guisado con sopa, a papaloquelite que acompaña los tacos, a carnitas bañadas en aceite.

La avenida Reforma -la calle legítimamente más imperial porque fue hecha para los paseos del emperador europeo Maximiliano de Habsgurgo- es también la más moderna: está hecha para verse con lentes oscuros.

Atiborrada de hoteles de lujo, boutiques de moda, restaurantes de alta cocina y casa señoriales, resulta la más artificiosa. Parece de celofán, envuelta siempre para una fiesta de carnaval.

Avenida Insurgentes se cruza con Reforma y es otra vía que no duerme de noche. Durante el día es un remolino que te traga; al caer el sol es un vampiro que succiona. El noctámbulo no tiene escapatoria.

Su glorieta vomita a vampiresas, darketos, punks, oficinistas, parejas gays que todavía creen en el amor; cuando regresan a sus casas, se buscan así mismos, en el doble mural de Rafael Cauduro, como pasajeros de otras vidas.

El Viaducto sólo está hecho para que circulen los automóviles. Tiene seis carriles y en su centro corre entubado lo que podría ser un río que nunca ve brotar flores en sus orillas.

Tlalpan está sembrada de hoteles con habitaciones de 180 pesos provistas de un tubo o columpios, según la fantasía de quienes los visitan. Parece estar condenado a ser un punto de paso donde nadie quiere echar raíces.

Donde quiera que se halle uno sentirá el placer de integrarse espontáneamente a la masa que se forma en el paso de una cebra, y luego disgregarse a invitación del rojo al verde.

Así sucesivamente: correr, parar, integrarse, disgregarse. Como si formara parte de una misteriosa tabla calistécnica que une y disgrega. Uno, dos, uno, dos.


Mural de Rafael Cauduro sobre el Metro de París y Londres, en el andén de la estación Insurgentes / Foto: Jesús "Chucho" Díaz, flicker.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Ciudad de México: ¿1939-2011?


En Ciudad de México es posible cruzar fronteras sin darse cuenta, entablar diálogos con los muertos y echar un ojo al pasado para ver mejor el horizonte y platicar de otro modo con los vivos.

Esto mismo es lo que me va ocurriendo mientras dejo atrás la esbelta Torre Latinoamericana que resistió el sismo de 1985, la Casa de los Azulejos donde las fuerzas zapatistas desayunaron bisquetes con café, y el imperial palacio del fallido emperador don Agustín de Iturbide, antes de subir literalmente al Museo del Estanquillo, situado arriba de una tienda de discos de la cadena Mix Up.

Lo que viene es una ascensión y, aunque suene contradictorio, un descenso. Y la esquina donde se exhibe “Dos miradas al fascismo” -avenida Francisco I. Madero e Isabel La Católica-, la encrucijada más visible en el mapa de las correspondencias, no la única.

Lo evidente en esta exposición: las crisis económicas, políticas y sociales abren agujeros para la ascensión de ultraderechas revestidas de mesianismo. Nuestro propio país no estuvo exento -ni lo ha estado- de estos peligros internacionales, que coincidieron con la guerra cristera y el sinarquismo. No mesianismos tropicales, sino altiplanos.

“Dos miradas al fascismo” también plantea que, entre tanto barullo global y aldeano, siempre es urgente saber: qué se elige.

¿Qué cuándo ha habido un tiempo bueno, claro, idóneo? Nunca, parecen decir los viejos personajes. Los gatos de noche son pardos.

Miguel Covarrubias, Luis Arenal, Santos Balmori, Leopoldo Méndez, José Chávez Morado y Diego Rivera, entre otros, capturan la época azarosa que les tocó vivir; a través de sus carteles y grabados saben distinguir: ponen a los políticos de aquella época (Juan Andrew Almazán, Saturnino Sedillo, Emilio Portes Gil) como ladrones sin escrúpulos, aliados al gran capital y la prensa vendida.

¡Qué actual esta crítica pictórica formulada entre los años 1930-1940! Cuando un gobierno apela a la religión, a la familia y a la patria para instaurar un Estado "seguro", sus propósitos no están muy lejos del Estado totalitario, que tiene en nada la vida.

Hay fotos en la expo que sorprenden y congelan el ánimo: una esvástica ondeando entre los techos del centro de Ciudad de México con fondo de cúpula dorada de Bellas Artes. Otra imagen: un grupo de mujeres bien vestidas, encopetaditas, en el casino español haciendo el saludo nazi.

La ideología ultra metida en las entrañas de esa clase que no quiere perder sus privilegios, la doble moral de la derecha sinarquista que con una mano saluda al Führer y con la otra rechaza el reparto de tierra y la expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas.

Y si al sinarquismo -cuyo más "destacado" fundador fue Salvador Abascal padre- le da urticaria las políticas sociales de Lázaro Cárdenas -como ahora esa misma clase ultraderechista reniega de las reformas para la no penalización del aborto en DF o las bodas entre personas de mismo sexo -sólo por citar dos cambios impulsados por la izquierda mexicana-, imposible no acordarse mientras se ven los grabados y carteles, de la alegría de Josefina Vicens -motivo principal de mi visita a Ciudad de México- cuando evocaba ella misma las largas filas en el Palacio de Bellas Artes para apoyar la nacionalización petrolera.

Según Aline Peterson, su tía le decía cada que recordaba ese gesto popular que atestiguó: "Nunca he vuelto a sentir nada semejante, ninguna emoción como aquella que sentí al ver las largas filas en Bellas Artes".

“Dos miradas al fascismo” incluye también audios: una entrevista con Diego Rivera a propósito del óleo "El refugio de Hitler", que se exhibe al final de la sala, donde el muralista cuenta cómo hizo primero los bocetos en una breve escala en la recién liberada Berlín, y ya después, al regreso de su viaje de Moscú para curarse del cáncer, crear el óleo singular que se aparta de su estilo expansivo y colorista para amplificar un vacío en la tela, ahondado por una paleta bruna.

Otro audio es la voz del poeta refugiado español León Felipe, que a diferencia del narrador José Vasconcelos o el pintor Dr. Atl, se opuso tajante y éticamente al nazifascismo que no respeta la vida. "Esos poetas infernales que hablen más bajo, que se callen.. Tú Dante, no tienes imaginación. Acuérdate que en tu infierno no hay un niño siquiera. Y ese niño está solo..."

¿Qué año es el de esta mañana de domingo, cuando los diarios anuncian el arranque del handicap por la presidencia? ¿1939 ó 2011?

Nunca fue óptimo ni fácil el panorama a fines de los años treinta del siglo pasado para tomar una elección decisiva. No lo fue antes ni tiene por qué serlo ahora, en la primera década del XXI. El drama es el mismo, aunque más agudizado.

La vía de la abstención es una fatalidad que niega todo: el problema y las soluciones. Soñar lo imposible para que lo posible sea real, escribe Ana Arandeth.

En 1994 esa posibilidad se llamó para millones como yo, Cuauhtémoc Cárdenas, no Ernesto Zedillo ni Diego Fernández de Ceballos. En 2000, fue de nuevo y pese a la derrota anterior, Cárdenas, no Ernesto Zedillo ni Francisco Labastida. En 2006, a pesar de la campaña orquestada por la oligarquía empresarial, la elección fue Andrés Manuel López Obrador, no Felipe Calderón ni Roberto Madrazo.

¿Por qué abría de ser diferente ahora si el resultado ha sido desastroso para el país? El gran capital sigue aliándose con los políticos corruptos y la prensa vendida continúa tapando la realidad: la vida que no tiene en nada el Estado mexicano.

Ni Peña ni quien salga de la ultraderecha.

Si uno sabe leer murales mexicanos, como el que vi apenas bajar del avión en la Terminal B del Aeropuerto Internacional de Ciudad de México, estos se leen desde la izquierda.

Sí, con reticencias.

Sí, con severas críticas y todo.

La posibilidad de nuevo se llama: Andrés Manuel López Obrador.

Música del subsuelo


Ciudad de México es ciudad de músicos: por donde quiera se los topa uno.

¿Dónde aprenden a tocar estos niños sus instrumentos musicales? Uno sube de un vagón a otro y los ritmos cambian como si fuera el cuadrante de una vieja radio.

La música que suena en el subsuelo del Valle de México es la relegada, la que no tiene cabida ni futuro en el mercado comercial. O la que el tiempo deshecha tras un fugaz éxito.

Los niños músicos se acompañan de un intérprete mayor que generalmente es un pariente: el padre, el hermano o el tío; en otras ocasiones son grupos integrados por puros infantes, comúnmente hermanos de sangre o paisanos migrantes originarios de Guerrero y Oaxaca, tierra de trovadores natos.

No tocan canciones de cuna: la realidad se les impone como una madrastra y ellos tienen que cantar letras de amores no correspondidos, de dolores que se ahogan en una cantina.

Sus instrumentos son humildes, suenan con esa tristeza que exige la canción que tocan y cantan. Sólo cuando reciben unas cuantas monedas es que su sonrisa deja ver una mazorca de dientes separados. Podrían ser hijos de príncipes mexicas, mixtecas o zapotecas con su belleza silenciosa a cuestas.

Ejecutan la guitarra, el violín y el acordeón, instrumentos propios para las rancheras y los corridos del norte. Cuando no tocan, hablan ente sí un dialecto suave. Ríen, se empujan, no paran, dicen cosas que sólo ellos saben. Aparecen y desaparecen en los túneles del metro que se extienden como nido de coralillos.

En plaza Garibaldi, atrás del porfiriano Palacio de Bellas Artes, trabajan los músicos privilegiados: los mariachis.Lo que sorprende son sus barrigas metidas a la fuerza en esos trajes imecables de charros cantores.

Lo más común es que el novio traiga hasta la plaza a su enamorada y le dedique una serenata. No se bajan del auto rodeado por mirones que también entonan las letras. En vez de caballos, los mariachis traen trocas importadas que les sirven para ir a dar serenata por toda la ciudad, un servicio que sólo los más pudientes pueden contratar.

La oferta y la demanda en la plaza tasan el repertorio: el son jarocho cuesta menos que una ranchera, pero es menos solicitado porque los gringos nada más conocen "La bamba", en voz de Ritchie Valens.

Los organilleros hacen rancho aparte. Apostados en alguna esquina del Centro Histórico hacen salir las notas de una manivela. Su repertorio de valses, además de estridente, es limitado. Una cachucha les sirve para recolectar la coperacha.

Indiferentes, un ejército de peatones en desbandada, no se detienen a oír la música, absortos en sus pensamientos.

O en la música que llevan por dentro.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Proezas del aire


Vista desde el avión, Ciudad de México parece, en medio de la noche, un puerto.

De día es el torso tasajeado de un malevo.

También podría ser -siempre hay posibilidades para una megalópolis- una colchoneta remendada o un bosque con millones de luciérnagas.

Ya en el suelo, el peligro para el viajero es la velocidad con que todo se mueve: Lo mismo para el que baja del avión que para el que anda en metro; los primeros pasan sin ver el espectacular mural de Juan O'Gorman colocado en la Estación B de la Terminal Aérea, los segundos ni siquiera se detienen a oír a los modestos músicos que tocan una ranchera.

Desde la dedicatoria del mural “La conquista del aire por el hombre” -el título lo supe después por Internet, ya que en el hall de la sala no existe ninguna placa alusiva-, el artista revela un aspecto de la ciudad que podrá comprobar tarde o temprano cualquier viajero: la amistad que se teje con los otros de una vez y para siempre dentro de la urbe.

"Dedico este trabajo a la magnífica pintora mi querida compañera Frida Kahlo".

La dedicatoria está colocada en la parte central, inferior, del mural. Es el año de 1937-1938: periodo de turbulencias políticas, sociales y económicas en el mundo. Europa sufre la hipnotización del nazifascismo y México recibe a cientos de refugiados políticos, al tiempo que enfrenta la presión internacional de compañías extranjeras por la nacionalización petrolera.

La monumental obra de 10 paneles visualiza la lucha titánica del hombre terrestre por alcanzar los cielos, desde los planos del hombre-pájaro de Leonardo da Vinci, pasando por los globos aerostáticos elevados por el fuego, hasta los dirigibles propulsados mecánicamente y los primeros aviones de hélice.

Proeza que el viajero agradece infinitamente tras sobrevolar a tiro de pedrada la mancha urbana.

Por supuesto, aparecen dibujados los modernos Ícaros del siglo XIX y XX: los hermanos Montgolfier, los Wrigth, el brasileño Santos Dumond de Andrade y Charles Lindbergh. O`Gorman cede a las versiones populares de que el poeta rey Netzahualcóyotl quiso también conquistar las nubes, y lo planta al lado del inventor renacentista.

El amigo de Frida pinta también cómo la sociedad pasó de ser mera espectadora de los vuelos de exhibición, a tener parte activa en estos. La economía se transformó, los caminos reales se asfaltaron y las actividades primarias dieron pie a industrias ligadas al combustible que aún empuja estos a pájaros mecánicos.

El enamorado de Frida reivindica la ciudad como espacio para la amistad y los sueños que parecen imposibles.


*Primera crónica de un viaje realizado a Ciudad de México, del 21 al 27 de noviembre, para participar en un coloquio dedicado a la escritora tabasqueña Josefina Vicens. Acá iré posteando en estos días toda la serie.